sábado, 8 de noviembre de 2014

Arpías

Hipocresía y falsedad. Eso es lo que reina en esa habitación móvil llena de arpías en donde encontrar algo de compasión, de verdad, de supuesto compañerismo como tanto clamaban en los primeros momentos, antes de que su careta se rompiese y mostrase el verdadero aspecto de su maldad.

No tienen piedad con sus lenguas viperinas, con sus sucias miradas, que allí donde las clavan, rezumamtes de odio y de desprecio,  ponen todo su empeño por destruir lo que no es igual o equivalente a su vileza, a su fealdad maligna, que supura por cada uno de los poros de sus asquerosas y viscosas pieles de carnes, siempre cargadas con kilos y kilos de maquillaje para intentar ocultar, en vano, su auténtica naturaleza.

Conocidas estas arpías anteriormente como la tribu del  cacareo infernal, han adquirido nuevas vestimentas y nuevas máscaras de tan mala calidad que en poco más de un mes han caído, ajadas, de sus monstruosos rostros, petrificando a aquellos pobres incautos que tuvieran la osadía (o la insensatez) de dirigir sus inocentes ojos a la fiera morada de estas criaturas, tan malévolas, que ni en el INFIERNO las desean.

Sí, cines criaturas son. Provocaran en Ragnarok si eso es lo que buscan.

Oh, incauto e inocente viajero. Huye de estas arpías que se hacen pasar por buenas personas, que van esparciendo sus falsas palabras de bondad por el mundo, mientras que cuando sus ojos no contemplas, se alimentan de tu alma a grandes bocados con sus amarillentos y nicotizados dientes.

Oh, viajero, huye de ellas, pues yo tuve la mala fortuna y provenza de caer en sus garras, un hermoso día como este, hace ya un año. Aún hoy pugno por huir.

Todo ello... en vano...