miércoles, 9 de octubre de 2013

Del montón

Aún me acuerdo cuando en casa de aquel amigo jugué con sus hombres de acción (copias de copias), simulando una traición, matando al que le puse el nombre de Jimmy. Seamos francos, ese nombre está hecho para que el personaje de pena, para que se arrastre a lo largo de la historia, suplicando por un poco de morfina, o para que alguien esté suplicando por él en plan No te mueras, Jimmy.

El caso es que Jimmy se murió por la punta de un arpón. Ahí, directamente a su pecho, clavada hasta el fondo. En su momento me pareció absurdo. Y ahora me parece un objeto de estudio interesante sobre mi infancia. O lo que pretendía ser mi infancia tardía (porque, siendo francos -esta vez no hago el chiste-, aún no la he terminado).

Otro caso arrastró a mi hermana. El típico verano de construir el castillo de los clics (playmóvil), con sus personajes preferidos y los míos, con sus caballeros seductores y con unos villanos refunfuñones. Esa noche de constantes venganzas y de amaneceres heridos. De una especie de arquero que hería a alguien o que él mismo era herido y que el jovencillo aprendiz al que tenía bajo su tutela decidía vengarse del otro, y así sucesivamente. Me acuerdo, sobre todo, de que el hecho de clavar un puñal (o una espada) en la noche, los sonidos de gemidos de dolor que generábamos, absortas en la típica trama eran lo mejor de todo. Aunque creo que exageramos demasiado el asunto.

Y ya, saliéndose mucho tema, no mencionemos lo de la radio. Qué obsesión más banal.

Pero, volviendo a Jimmy, creo que era uno de mis nombres predilectos para terminar acabando torturando o asesinando de forma lenta y dolorosa al portador del susodicho nombre. Ahora no me atrevería, porque me daría hilaridad o algo semejante. Ahora sencillamente dejaría que los personajes hicieran por su propia cuenta, que se quisieran, se mataran, se odiaran o sencillamente existieran todos en una misma hoja de papel. Eso para los textos serios.

Pero cuando se trata de que S. se vengue malamente de D. porque D. hizo algo involuntario y por culpa de R., ahí no hay personaje propio que valga. Ahí intervienen los intereses propios, los quiero que pase esto y buscaré la manera de que quede natural. Porque D. siempre tiene que sufrir por algo. No es el caso de M. Eso es más complicado porque lo lleva en los genes.

Tal vez debería aventurarme con Jimmy. Tal vez debería reproducir lo que aquella tarde de verano sosa decidí hacer para entretenerme y otorgarme ese pequeño placer del ¡No, Jimmy, no! A lo mejor lo escribo, no lo sé. 

Pobre Jimmy, ¿no?