lunes, 30 de septiembre de 2013

Raw, no te demores. Raw, raw.

Lo prometido es deuda... o al menos, eso dicen. Cuidado, que es un poco... picantón.

Discutían. Se hablaban a gritos. Intentaban imponer sus ideas el uno sobre el otro. Kusary los mandaba callar con toda la educación que los acuáticos poseían. Las discusiones como aquellas no los iban a llevar a ninguna parte. Dolim permaneció largo rato de pie a pesar de que él ya se había sentado. Los insectoides le miraron, interesados, hasta que volvió a sentarse y permaneció mudo hasta que le volviesen a hacer saltar. Lanzó miradas de lo que parece ser odio, cuando no puede ser todo más engañoso a ojos de los demás. Degra sabía que le está mirando pero evitó encontrarse con sus ojos rasgados, tan curiosos en los de su especie. Terminaron la reunión. Estaban todos agotados y demasiado tensos para no pensar en nada más. Dolum, como siempre, el primero en salir. No quería que le entretuviese nadie. Tenía una cita pendiente.

Degra tragó saliva, algo nervioso. Tomó un camino distinto al del aparentemente enfurecido reptiloide. Los miembros se dispersaron por lo largo y ancho del Consejo, un lugar bastante grande y cavado en la montaña de un planeta eternamente neblinoso, ocultos en la Extensión Délfica. El humanoide se detuvo en un recodo del pasillo, cerca de las puertas de una habitación, pensativo. Rememorando lo que, en el furor de la batalla verbal en la que nuevamente se habían lanzado ambos, le había dicho el comandante. Parecía tan enfadado... Unos pasos se acercaban a él; llegaba más pronto de lo normal. ¿Tan ansiosos estaban por volver a verse? Los pasos y su dueño giraron la esquina. Dolim se detuvo y miró a Degra antes de acercarse a él si quiera un centímetro más, desesperándole. Sin embargo, no hace ningún intento por aproximarse.
-¿Sigues pensando que no debemos exterminar a esos humanos? -masculló el comandante, tan duro como sus escamas, tan elegante con su porte.
El humanoide tardó en contestar, tragando saliva.
-Sí. Sigo pensando en salvarles porque es todo una burda...
El comandante se acercó a él en dos zancadas, acortando de una forma tajante la aparentemente abismal distancia que los separaba. Cerca, muy cerca, pero no lo bastante como para que Degra se atreviese si quiera a levantar la mano para rozarle las escamas de su tenso rostro.
-Es inútil que te andes con esas. El Consejo se podrá de mi parte y se acabó el problema.
Parecían palabras de verdad, pero solo quería cercionarse de que no andaba nadie cerca. Una tensa sonrisa por parte de Degra. Una mirada de reojo a la esquina que los protegía en apariencia. El comandante, por fin, alzó la mano y le acarició la mejilla con un dedo. Le había echado de menos, pretendía decir aquel gesto. El humanoide se estuvo preguntando largo rato después como lo había hecho para no lanzarse a sus brazos, como con tanto anhelo le pedía su cuerpo. 

Dolum se apoyó con una única mano en la pared, tapando el rostro de Degra para cualquier incauto que se atreviera a girar la maldita esquina en aquel condenado momento. Se relamió los labios, un poco secos. Sí, le gustaba desesperar al humanoide porque sabía que este era consciente de que solo él llevaba las riendas. Que se imponía sobre su persona como lo hacía con sus subordinados. Un suspiro quedo y entrecortado salió en aquel instante de los labios de Degra. Desesperación no era lo único que sentía en su interior. No quiso darle más demora el comandante, quien, inclinándose lentamente sobre él, posó un pequeño y casto beso en los labios secos y desesperados del humanoide. Probó otra vez. Uno más corto que el anterior si es que se puede segmentar más aún el tiempo de roce, de angustia y anhelo que había en tan diminuto gesto. Degra quería lanzarse sobre él y darle lo que llevaba tiempo esperando. Quizá desde la medianoche en que lo abandonara hasta el día siguiente, quizá desde la mañana, donde le diera un beso corto y seco, como si fuera una promesa.

Pero el comandante no solía defraudarle y pronto volvía a bajar, como un pájaro que vuelve a intentar cazar a su presa, para dejar más tiempo sus escameados labios sobre los suyos, más humanos, más carnosos y quizá un poco más húmedos. No intentó entonces abrirle más la boca para averiguar cuánto le había añorado, cuánto le había deseado en sueño y cuán daño le había hecho su falta. Rozaban sus labios su superficie, bailaban sobre los suyos a un compás incierto, obligando al humanoide seguir un ritmo algo extraño pero sumamente delicioso. Se separó de él unos milímetros mal contados, con una sonrisa divertida y burlesca en aquella arma que tanto gustaba usar. Y volvió a emprenderla, con casi el mismo anhelo que Degra sentía por él, con más intensidad que antes, con más pasión. Casi parecían decir que deseaba desnudarlo allí mismo, sin importarle lo que pudiera pasar. Casi.

Alzó la otra mano y le acarició el cuello, maldiciendo el cuello del maldito uniforme que llevaba. No quería darse por vencido en aquella etapa. No, era demasiado pronto. Continuaban sus caricias más arriba, subía por la oreja, algo ardiente, para luego volver a bajar. Se pasearon con todo gusto sus dedos por el hueso de la mandíbula inferior, notando su leve estremecimiento y, por fin, con un solo dedo en su barbilla, presionó sin hacerle daño para que abriera la boca. Ahí estaba su lengua, inquieta, indomable, cansada de la constante espera para invadir la cálida boca del reptiloide, que permitió la intrusión, sin retroceder, dándole aquel pequeño regalo a un añorado humanoide. Lengua reptiloide, algo afilada en el discurso de sus palabras en el Consejo pero cándida en sus secretos besos demorados. Dolum retiró con discreción la mano de la barbilla y emprendió el intrépido y atrevido camino por las franjas de su uniforme sin dejar que su lengua estuviera quieta un momento, dejando a ratos cortos y muy breves el mando al humanoide, confundiéndolo más. 

Y entonces, para desesperación de Degra, se separó otra vez, dejándole con el ansia, con una sed insaciable de sus besos. Contemplaba desde la cercanía sus ojos rasgados, con un brillo incierto de travesura y picardía. Un corto beso, nada comparado con lo anterior, llegó a sus labios. Se retiró de su lado el comandante candente, dejando a un mudo humanoide, jadeante, contra la pared. Pero quería más, por supuesto. Pero Dolum no se lo iba a dar en aquel momento. Antes de tomar otro camino, un susurro le hizo llegar al oído.
-Más tarde pasaré por tu habitación. No te distraigas con inoportunos deberes del Consejo.
Degra, nuevamente, tuvo que tragar saliva antes de poder contestar. Desesperación era su mayor sentimiento. ¿Cómo se atrevía a dejarlo a medias, incompleto y ardiente como una espada recién sacada del metal fundido?
-No te demores.
El comandante empezó a desandar el camino cuando las palabras del humanoide le hicieron sonreír y darse la vuelta para contestar con una simple mirada.
-Por favor.
Desapareció por la esquina que había venido. Degra tardó rato en recuperar el aliento y luego ponerse en camino hacia su habitación, con el ardor todavía presente, con los labios húmedos por el contacto de los del reptiloide. ¿Le obligaría a esperar hasta la noche? ¿Le haría esperar un día entero antes de hacer acto de presencia en su habitación con una de sus sonrisas que no solían presagiar nada bueno? Esperaba que aquella mirada significase lo que había intentado interpretar. Cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí, soltando un jadeo. Notaba que la ropa le molestaba, le aprisionaba. Dejaba de ser una segunda piel para ser algo que deseaba quitarse... sin embargo, aguantó. Quería que él mismo lo desnudara, quería que con sus manos lo recorriera hasta dejarlo en un límite que tantas veces había intentado mantener. Se aproximó a la ventana y contempló el paisaje, esperando. El tiempo parecía haberse detenido por lo lento que pasaba y él comenzaba a sentir nuevamente la desesperación arder en su pecho.

Entre tanto, el comandante se dio una vuelta con paso tranquilo por el complejo, aún a sabiendas de que Degra estaría haciendo todo lo posible por no tocarse, por no desnudarse o sencillamente quitarse los pantalones y saciarse en su nombre. No se atrevería a hacerlo, le anhelaba demasiado y se había asegurado de que entendiera justamente lo que deseaba que comprendiese. Esperaría hasta el último minuto, hasta el último segundo. Hasta que llamara a su puerta y entonces pudiera volver a sentir arder la hoguera que tenía dentro. Una sonrisa más lobuna que de lagarto asomó en sus labios mientras mantenía el ritmo de sus pisadas, contemplando los detalles de los pasillos y salas por las que pasaba. Él mismo estaba candente pero le gustaba mandar sobre Degra. Le gustaba tenerlo prácticamente a sus pies con una mera palabra solo por ser reptiloide y orgulloso. Nada más que por ello le permitía morderle, acorralarle, cometer los actos que deseara. A veces creía que le gustaba ser dominado pero en demasiadas ocasiones había visto ya el brillo de la rebeldía en sus ojos oscuros para saber que aquello era una verdad a medias.

Evitó suspirar y rememoró la medianoche, en cómo le había doblegado y posteriormente le había dejado tomar el mando como recompensa por lo hecho. Se planteó el reducirlo a su esencia, ser más dominante, hacer que le besara aquella vez las botas. Y volvió a sonreír. Aquella vez, al menos, le gustaría tenerlo acorralado contra la pared, a su merced y a la de nadie más, sin posibilidad de darse la vuelta o cambiar las tornas. Quería ser cruel, quería martirizarlo hasta el extremo de que tuviera que suplicarle para que se detuviera. Sí, aquel día necesitaba que Degra le diera su parte de orgullo. Lo necesitaba como buen reptiloide que era. Le quedaba un cuarto de camino cuando decidió con una precisión algo frívola lo que hacer nada más llegar a la habitación, relamiéndose los labios. Quiso apretar el paso pero eso sería llegar antes y darle la esperanza que no quería que tuviera. No, no, para su juego, debía estar desesperado... y luego lamentarlo. 

Se encaminó con discreción hacia la habitación de Degra. No era muy difícil, pues no había nadie por la zona y seguramente sus congéneres estarían fuera, como los insectoides o relajándose mientras pensaban en la próxima asamblea, como los acuáticos. Se detuvo frente a la puerta del humanoide, volviendo a relamerse los labios. Llamó con rudeza y él dio el permiso para poder pasar. Cruzó el umbral y cerró tras de sí. Empezaba el juego. Él se giró y le miró. Había estado contemplando el paisaje mientras los segundos se le hacían minutos y los minutos horas. Empezaba a pensar que no iba a venir en todo el día, que se reservaría para la noche cuando su llamada lo sobresaltó. Por un instante, temió que pudiera ser alguien que no fuera Dolim, para ocnvocarlo a una nueva reunión, a pesar de que intuía que eso no era así. No quiso sonreír pero poco le faltó. 
-Hola, Degra -saludó, casi ronroneando.
-Comandante -respondió el aludido, con voz firme, sin delatar que por dentro estaba ardiendo; le necesitaba con urgencia, sin demora y al instante.
Como si le hubiera leído el pensamiento, se aproximó a él, poniéndose detrás con una lentitud exasperante. Degra tuvo la tentación de darse la vuelta, quisiendo preguntar qué pretendía, pero no lo hizo al notar el aliento del comandante en la nuca. ¿Qué tramaba?
-¿Llevas mucho tiempo esperándome? -le susurró al oído.
-Eso parece -contestó el aludido, evitando tragar saliva.
Dolim sonrió. Le sujetó los brazos y le empujó contra la pared, quizá con un atisbo de brusquedad, necesario para su pequeño juego. Le soltó las extremidades y le acorraló contra la pared, rozándole la ropa; estiró ambos brazos, apoyándolos en la pared, cortándole cualquier intento de huida, a sabiendas de que no lo haría. Su respiración era veloz, sus latidos aún más, como si su corazón deseara salirse del pecho. Estaba entre la excitación y la sorpresa. La sonrisa del reptiloide se ensanchó.
-¿Y crees que valdrá la pena que me hayas esperado tanto como te parece? -le musitó al oído, tan bajo que casi le costó oírle.
-No lo sé... -respondió Degra, con la garganta un poco seca.
El comandante se pegó a él y separó una mano de la pared para acariciarle el pecho, demasiado distante de la piel, rozando tan solo la ropa. Emprendió la bajada haciendo suspirar entrecortadamente a un desesperado humanoide.
-Y antes, ¿te demoré mucho? -susurró el reptiloide.
-No, no lo hiciste. Hubiera agradecido que te quedaras más tiempo conmigo.
-¿Sigues pensando en salvar a los humanos? -saltó Dolim, de un tema a otro, desconcertando al humanoide, sin saber que sus acciones dependían de su respuesta.
-Sí, ya lo sabes. Creo que las Creadoras de Esferas no nos cuentan algo.
Dolim desabotonó sus pantalones con dos movimientos sencillos y rápidos; preguntó a qué se refería. Degra intentó centrarse en lo que él le decía y no lo que sus manos hacían, asunto difícil pues ya le había bajado suficiente las prendas para actuar con más libertad.
-Degra, te he hecho una pregunta -gruñó el comandante, asiendo con fuerza sus testículos, arrancándole un doloroso gemido-. Respóndeme.
-¿Por qué... intentan ponernos... en contra de los humanos...? Eso es lo que nos andan ocultando -jadeó el humanoide.
Dolim suspiró cerca de su oreja, haciéndole estremecer. Bajó la otra mano y le arañó la pierna con fuerza mientras ascendía.
-Eres testarudo. Ellas intentan salvarnos de nuestra destrucción.
-Ellas son nuestra destrucción.
Dolim desnudó el excitado y dolorido pene de Degra con un tirón; el humanoide gritó de placer y dolor al mismo tiempo.
-Vuelve a repetir eso -susurró el comandante, pasando un dedo por la desnuda verga del humanoide, acariciando su cabeza con el pulgar, presionando de vez en cuando.
-Ellas... son... nuestra... ah...
-¿Destrucción? -le ayudó el comandante, empujándole hacia delante, tocando entonces la punta desnuda de su verga con la fría pared.
Degra gimió e intentó separarse del contacto helado, que le quemaba la piel sensible del glande pero Dolim se lo impidió, aplicando su fuerza bruta. El humanoide intentó retener el gemido ahogado que salió finalmente de su garganta para entero placer del comandante. Jadeó entonces en varias ocasiones el humanoide, llegando incluso a gemir, desesperado por cesar aquel cruel contacto.
-No sé cómo puedes decir eso, Degra -musitó él, sonriendo-. Los humanos son un problema que hemos de exterminar, intenta comprenderlo.
-Ellos... son... la solución... ah... Dolim...
-¿Sí, Degra? -preguntó el comandante con toda la inocencia que pudo poner a su tono.
Dejó entonces que el humanoide se separara unos pocos centímetros de la pared, humedecida allí donde le había obligado a apoyar su verga, dejando que la volviese a recubrir la piel de la misma manera que se la había retirado. La otra mano, aún aferrada a sus testículos, empezó un lento masaje que desconcertó a Degra.
-Los humanos son el problema, ¿entiendes?
-No, Dolim... ellos intentan ayudarnos.
El comandante volvió a aprisionar en un fuerte abrazo lo que acariciaba anteriormente con mimo mientras que la otra inició un lento masaje con su excitada y calenturienta verga.
-Te duele, ¿verdad? -ronroneó el domador, feliz de que se estuviera retorciendo contra él y no contra la pared, como había temido.
Le gustaba el roce de su ropa y casi hubiera agradecido que le dejara sus labios, pero aún era pronto para eso.
-No sé... a qué... te refieres...
-No te conviene jugar conmigo, Degra si no quieres salir mal parado de este asunto -masculló el comandante, volviéndolo a acorralar con fuerza contra la pared.
Le oyó gemir. Notaba que le quedaba poco para correrse si continuaba su lento masaje en su endurecida y doliente verga. Aflojó un tanto la presión en los testículos y volvió a presionar. Pasó la lengua por su oreja y le advirtió:
-Si te corres, si una sola gota de tu semen sale de ahí, serás castigado.
-Pues... para... ah... Dolim, por favor... para... -gimió Degra, concentrado en no terminar en su mano. No era lo que deseaba. ¡No le podía hacer eso!
-Jamás. Contente. Aprende a aguantar a pesar de que continúe masturbándote.
-Dolim... -gimió Degra, en las últimas.
Su verga se movió y el comandante, en el último segundo, se detuvo para alivio del humanoide. Soltó un suspiro de alivio y quiso girarse pero él se lo impidió.
-Si no llego a parar, te habrías corrido -masculló el reptiloide, con un matiz ligeramente enfadado.
-No podía...
-¡Sí podías! -le casi gritó Dolim, sin estar enfadado realmente. 
Terminó por bajarle los pantalones y lo acorraló contra la pared para que su pene volviera a tocar la frialdad de la pared. Degra gimió de dolor. ¿Cuánto más en aquella insufrible posición? ¿Cuánto más aguantaría la quemazón contra la sensible piel?
-Podías haberte aguantado pero no has querido -gruñó el reptiloide, haciendo tragar saliva a Degra.
-Dolim... es imposible que...
Y mientras Degra intentaba hacerle entrar en razón, el comandante se quitó lo justo de los molestos pantalones del uniforme sin que el cohibido humanoide lo sintiera. Se rozó la verga con un escalofrío, ardiente y excitado como andaba tan solo de someter a Degra a lo imposible.
-¡No hubiera podido resistir ni aun con toda la fuerza de voluntad que...!
El comandante no le dejó acabar, masculló una sola palabra y le embistió con una fuerza animal y desesperada que arrancó un intenso grito al sorprendido Degra. Le acorraló, le obligó a que su polla se doblara contra la pared, desnudándosela con la mano libre mientras se abría paso por su oscura cavidad. Apretada y llena de espasmos, Dolim no se detuvo en ningún momento a pesar de los entre cortados gemidos del humanoide, a veces suplicándole que parase. Sí, justamente así lo deseaba. Una embestida sucedía a otra sin cansarse y sin darle un solo respiro al complacido y dolorido Degra.
-¿No es lo que tanto buscabas? -gruñó él, poniéndole una mano en la garganta, obligándole a apoyar la cabeza en su hombro en una postura bastante incómoda.
-Dolim... Ah... por favor, para...
-Jamás, humanoide. ¿Te gusta lo que sientes o te obligo a ponerte de rodillas?
-Me estás destrozando... Dolim... Ah... por favor... continúa...
El aludido sonrió y le apretó la garganta al tiempo que empezaba a masturbarlo lentamente a pesar de las protestas de Degra que pronto se tornaron inentendibles por las brutas embestidas que el comandante le ofrecía cada vez. Echó la cabeza hacia delante y le clavó los dientes en el cuello, con tal intensidad que le dejó una profunda marca. No tenía bastante. Quería ponerlo a sus pies, no a la altura de sus rodillas. Se resistía, se hacía el valiente ante él. No era eso lo que estaba deseando. No le estaba dando bastante y aquello no le gustaba. Con un gruñido le obligó a apoyar los pies en la pared, forzando aún más la entrada de su hasta en el humanoide. En aquella complicada postura, le masturbó con más fuerza, retirando la piel cada vez que volvía hasta la base y volviendo a cubrirla de un tirón, al mismo ritmo que le empalaba con la dura verga. Y logró que gritara. De dolor, de placer, suplicó por detenerle, suplicó por que no parara, no sabía lo que quería y al mismo tiempo lo quería todo. Dolim empezó a sentir los primeros espasmos de Degra por correrse y aumentó la velocidad en ambos lugares, forzándose a aguantar la ardua posición, notando en él mismo que aquello le gustaba para no llegar al final de aquel placer tan salvaje. Hundió los dientes en la oreja del humanoide en cuanto empezó a correrse en la oscuridad de Degra, mientras que este se dejó llevar por ambas cosas, pugnando por no gritar más de lo que ya estaba haciendo y luego caer desfallecido, agotado y algo saciado al suelo porque el comandante le dejó caer casi sin sentimiento cuando en realidad sentía algo por él que no había sentido, hacía demasiado tiempo, en nadie más. Se acuclilló ante él y le observó de la misma manera que Degra le devolvió la mirada.
-¿Y bien? -preguntó entre jadeos el comandante.
Pillado por sorpresa, Degra se lanzó sobre él, tumbándolo en el suelo. Se sorprendió incluso de que aún la tuviera lo bastante erecta como para intentar metérsela. Intentó detenerle, jugando con él, riéndose de su inutilidad para intentar violarle y luego terminar reduciéndolo en el suelo, riéndose a carcajadas del dominado Degra que jadeaba agotado y sin fuerzas. Se inclinó sobre él y le susurró al oído:
-A la próxima vez sé más rápido si no quieres que te tumbe.
-Maldito seas -gruñó Degra sin dignarse a mirarlo.
El comandante le soltó un azote que resonó en la habitación.
-Inútil -se rió Dolim-. No serías capaz ni de violar a una jovencita atada a la cama.
-Pero ambos sabemos que no busco eso, ¿verdad?
El comandante, sin dejar de reírse, se tumbó a su lado en el suelo.
-No, no busco eso. Pero nunca conseguirás atarme a la cama. Será más bien al revés.
-¿Qué te hace pensar eso? -masculló Degra.
-Soy más fuerte que tú en todos los sentidos, humanoide -sonrió el comandante pasando el pie por el final de la columna y bajando hacia los doloridos testísculos de Degra-. Creo que te lo acabo de demostrar.
-No lo bastante.
El comandante borró su sonrisa en un momento y clavó sus ojos rasgados en los azules de él.
-¿Qué has querido decir con eso?
El humanoide se acercó y secuestró su cuello con ambas manos, besándole sin recato alguno, buscando su lengua como si estuviera muerto de sed. Dolim, una vez más, se impuso sobre él. Boca arriba quedó Degra, sin abandonar sus labios ni un solo instante, sorprendido de la facilidad de Dolim para dejarse como si hubiera abandonado su cruel papel, como si su orgullo estuviera saciado. El comandante, sin embargo, acabó por tocarle la campanilla con la lengua, con lo cual Degra tuvo que apartarse con brusquedad para toser.
-Débil, además de inútil -ronroneó Dolim.
Supo, antes de que el humanoide lo pensara si quiera, que lo intentaría tumbar; por lo que cuando lo hizo se dejó lo suficiente como para que Degra se pusiera sobre él y lo volviera a intentar. Empezaba a introducírsela cuando el comunicador del comandante sonó, quien ya había empezado a soltar el primer gemido de desesperación cuando el maldito trasto se puso en medio. Se obligó a cogerlo y Degra atisbó una oportunidad de devolvérsela. Esperó a que contestara. Llamaban desde el puente de su nave. Parecía que había alguien esperándole. Justo cuando Dolim respondía, Degra acertó a ir metiéndosela poco a poco para desesperación del comandante, que con toda la fuerza de voluntad fue capaz de mantener el tono normal y colgar, lanzándole una mirada intensa de odio al humanoide. 
-Eres un hijo de...
Embistió y el comandante gritó de puro placer. Ese tipo de dolor lo adoraba, lo dominaba como si fuera una cálida brisa de verano, como el agradable calor del sol. Degra se inclinó más sobre él y se removió en su interior haciendo gorgorear a Dolim que lo sujetó por el pecho, clavándole las uñas a cada nueva débil embestida. Pronto la verga del comandante entorpecía la tarea de Degra, que se vio obligado a alzarse un poco. Sin embargo, el comandante le atrajo más hacia sí llamandolo inútil una vez más, entre gemidos nada aguantados que calentaban al humanoide de una forma que él mismo se sorprendía. 
-Si no sabes ejercer presión, quítate de encima y déjame trabajar -gruñó Dolim, recibiendo una fuerte embestida como queja por parte de Degra.
Entendió lo que quería decir y, apoyado en una mano, sujetó la enhiesta verga del comandante y la frotó contra sí, haciendo que ronroneara como solo un lagarto sabía hacerlo. Degra empezó a lamentar que tuviera ya ganas de correrse mientras que el comandante ni si quiera había presentado los primeros espasmos.
-Débil -gruñó entre gemido y jadeo él, al darse cuenta de que Degra estaba casi a punto.
Y sin que nada pudiera detenerlo, terminó por correrse con un ronco jadeo; Dolim le miró como queriendo decir que no iba a tener las agallas de dejarle a mitad. Sin demora, sacó su blando pene de las oscuridades relajadas del reptiloide y se inclinó sobre su verga aún dura y erecta, como burlándose de que hubiera terminado antes. Un simple lametón bastó para arrancarle un gemido fuerte a Dolim que prácticamente tiró la toalla de domarle, de impedirle hacer nada. Chupaba con intensidad, pasaba la lengua por los alrededores e intentaba sacarle algo de jugo a la humedecida verga. Su espalda se arqueó, metiendo más de aquel mástil de carne en la boca del humanoide. 
-Oh... joder, Degra... -jadeó Dolim, cuando él tiró con sus dientes de la piel protectora más dura que la del humanoide-. Sé que puedes hacerlo mejor, maldita sea -gruñó el comandante.
El aludido hizo bailar su lengua en el orificio de su verga mientras le acariciaba los testículos, primero con fuerza y luego con suavidad, volviendo a apretar y otra vez empezando. Aceleró el ritmo, sin dejar de succionar cada vez que sus labios se posaban de nuevo en el glande. Dolim gruñó algo semejante a un "maldita sea" y aprisionó la cabeza de Degra justo cuando bajaba, corriéndose de una vez por todas en la boca del sorprendido humanoide, ahogándolo con su semen que se vio forzado a tragar, complacido. Dolim se volvió a dejar caer en el suelo con un ronco jadeo, agotado, satisfecho, tanto él como su orgullo. Observó de reojo a Degra, en pleno relamer de los labios, recogiendo cada gota del fruto de su masturbación oral. Al cabo de un momento también limpió lo derramado sobre el comandante, que le dejó hacer con una sonrisa.
-Degra -llamó, mirando el techo.
-¿Sí? -respondió el aludido, terminando lo que estaba haciendo.
-¿Pensabas eso realmente de las Creadoras de Esferas?
Degra tardó en contestar.
-Eso ahora no importa, Dolim -respondió, hablando despacio.
Se inclinó sobre el relajado reptiloide y le arrancó un beso largo y nada casto. Una despedida hasta la próxima vez que tuvieran oportunidad de reunirse mientras se anhelaban en silencio, Degra más que Dolim. A pesar de que lo habían citado hacía rato, Dolim se permitió quedarse un poco más con Degra hasta que no pudo retrasarlo más. Y, como la otra vez, prometió regresar. Le dio un último beso después de haberse vestido, tumbado aún el humanoide.

Todavía por el 4º capítulo

1 comentario:

  1. ¡Joder! O_o Que no volveré a ver igual a esos dos e.e Aunque es raro, después de que uno... en fin xDDD

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¡Huy! Una abeja.